viernes, 23 de octubre de 2009

[want (noun, chiefly archaic)]


Es mi poema favorito. Lo oigo una y otra vez-- ya van mil. Cada vez, me provoca las mismas ganas de echarme a llorar. Siento cómo tu voz tuerce mis entrañas, como si exprimieses mi interior para provocar hasta la última gota de tristeza. No sé si será lo que dices, o si es por la forma. Será la tristeza que siento en tu voz. No recuerdo la última vez que lo leí yo, por lo tanto no sé decirte qué provocan las palabras escritas sobre la página. Pero oírte contar cómo tu mano roza el abdomen provoca el más alto nivel de tristeza. Y no sé por qué. No sé por qué esa grabación de cinco minutos cuarenta y ocho me da ganas de tirarme sobre el piso, posición feto (no será por casualidad), y llorar. Y llorar. Llorar como la llovizna más fuerte que conoce la historia, tirada como víctima de tortura, feto torcido como cuerpo abortado.

Ese poema me recuerda que en la vida siempre hacen falta los abrazos. (Y me da rabia lo cursi que es eso que ha provocado un poema tan lejos de lo cursi. Pero es así.) Ese poema me lleva a orar que en algún momento pronto alguien oiga mi llanto, que alguien venga a tirar sus brazos a mi alrededor, y pasar su mano sobre mi abdomen. Ahora me doy cuenta del vacío enorme que me rodea. Y aunque van mil veces y pico, creo que ese poema no lo llenará. No hay otra, porque por ahora, hasta que llegue el último segundo, estaré encerrada en los pocos pies cuadrados que ocupa mi cuerpo sobre el piso de la sala, esperando a que llegue alguien. Después del minuto quinto, cuando haya pasado el segundo cuarenta y ocho, podré levantar mi cuerpo torcido por el sonido de tu voz. Podré borrar de mi memoria ese piano sombrío que suena de fondo, y el tono punzante de tu voz. Quizás sea el constante borrar que me lleva a volver a tocar la misma grabación veintiuno...


No hay comentarios.:

Publicar un comentario