jueves, 20 de agosto de 2009

.pensamientos aleatorios.

Recientemente he pasado mucho tiempo pensando en Uruguay. No sólo en los libros y las fotos que dejé por ahí con la esperanza de regresar rápido a buscarl@s. Ni tampoco tanto en los granos de arena que revolqué después de una invitación inocente... quizás hasta ignorante. Sí, ignorante. Las palabras de los libros de autores hace poco fallecidos me recuerdan a las calles que pocas veces recorrí--pero fueron suficientes las caminatas para grabarse en mi memoria colectiva, por algo decir.


Entre las ciudades e infraestructuras que he estudiado, tanto en mapas como en caminatas, la organización montevideana está entre las más atractivas e impactantes que recuerdo. Lo digo así tan cuidadosamente para no ofender a las ciudades que me han tomado como residente más permanente.


La santiaguina ofrece buen transporte y velocidad, pero la

inmensidad de la ciudad prohibe la fluidez urbana en esta ciudad

colonial uruguaya.


Y aunque la organización sanjuanera fue en un principio colonial,

la política de extensión y desarrollo capitalista que predominó (y

sigue siendo ley) por tantas décadas ha prevenido la

organización basada en lo humano. Cierto que está el tren

urbano, pero me parece que se hizo sólo para decir que había;

cierto que está el AMA, pero resulta desplazar (y magnificar) el

hecho de que todo en San Juan se hace para la conveniencia de

los ricos (que en Puerto Rico siempre implica marginalizar la

pobreza).


Al leer sobre los viajes en ómnibus que dan Avellaneda y su narrador vuelvo a la ciudad de hace poco que tanto me cautivó. Pienso en lo bien que lo pasé ahí: está lo colonial retomado, la fluidez, el tamaño perfecto, la organización de rutas que se niegan a seguir exclusivamente por las vías principales. Luego recuerdo la gente con la que pasé el rato: los rituales del compartir mate y asados, las conversaciones extensas sobre libros y buen cine y política con gente "común y corriente" (entre comillas porque el hecho de que ocurrían tales cosas con tales personajes les saca de lo común y corriente, aunque si no fuera por la necesidad que siento de conformar a lo que dicta la sociedad, no hubiese empleado ese término desde un principio. Quizás lo borre al editar lo que escribo.), los músicos, artistas y vendedores de los ómnibus que dan tanta inspiración poética...


Pienso en la solicitud que tengo que llenar y me pongo nerviosa porque realmente quiero que ocurre. Se me aprieta el pecho: intenta darle espacio al entusiasmo que siento al pensar que podré pasar más de tres semanas ahí. Al pensar que, si paso ahí esos meses en ese año, es casi seguro que en algún momento acabarán siendo más de unos meses en un año cualquiera. Como mujer, la sociedad y la iglesia me dicen que debo pensar en la familia--y eso lo escribí sólo para luego borrarlo--y obedezco al decir que me encantaría criar hij@s ahí, pero si quiero eso, es precisamente por la falta de influencia que siento de ambas instituciones (y otras) en este país.


De repente (y Pia me dice que no utilize esta frase, porque implica que todo lo anterior no importa, pero me parece apropiada) me acuerdo de las páginas que ahora están sin ojos que las miren, y dejo a un lado todo lo anterior para poder volver al sueño montevideano escrito hace tantos años. Que deja grabado unos meses de un año cualquiera, en el que se cambia una vida (y dos, y tres...). Que no me deja olvidar nada de lo anterior. Que me obliga a enderezar la espalda y respirar profundo, para aliviar el apretón que no me deja quieto el pecho.