lunes, 18 de mayo de 2009

.los otros pueden ser un cuento; pueden ser poema.


[los otros] 
mio

“Los Otros que invento hacen
y dicen 
cosas que yo no
haría ni diría aunque fuera otro.”
–some professor misquotes mario

Te pedí que lo escribieras por toda mi piel, como masaje, como 
terapia. Esa cita de Benedetti. Sí, ya sabes, la de los otros. 
Necesitaba verlo, realmente verlo, para sentir y realmente creer 
que podría ser mía también. 

Me acuesto sobre la cama, boca abajo, en ropas menores. Te 
paso el permanent marker con la seriedad y anticipación de 
alguien que ensayará el diseño de su primer tatuaje. 

Comienzas.

Se deslizan los otros, fríos sobre la piel de mi espalda caliente. 

Cierro mis ojos y me concentro en la sensación de cada 
movimiento del marcador sobre mis muslos, y de tus manos en 
mis caderas, que cuidadosamente buscan el balance entre la piel 
lisa de planta de pie cansado, y letra perfecta de autor con tanta 
experiencia. 

Con cada movimiento se borran, se tapan todos los inventos de 
los otros, cada cosa que han hecho que yo no haría, aunque fuera 
otro. U otra, da igual. Podría ser varias y varios de diversas 
descripciones, pero jamás haría esas cosas que ahora encubres 
sobre mis tobillos bajo la tinta negra de un marcador permanente; 
bajo las letras ajenas tapas mis acciones ajenas. A mi abdomen 
bajo no se le ocurriría una cosa así: encubres.

Sigues encubriendo entre mis pelos inocentes – que jamás 
llamaría pendejos. Los otros quizás sí lo harían. 

En mi ombligo, una inmensa O. 

—¿Hace cuánto dejé de sentirlo?

—Ya va media hora en la que has seguido mis movimientos con 
tus ojos, leyendo como si por primera vez lo que escribo, a la 
misma vez mirando como si fuera a cometer un error. A éstas 
alturas, no creo que vaya a pasar, me dices. 

Y pausas mientras hablas, como si tuvieras miedo de enredar tus 
palabras con las suyas. No sé si tus palabras tendrían el poder de 
encubrir como las suyas. Parece que tú también dudas. 

Ves que la respuesta me dejó satisfecha, y sigues con el trabajo, 
tirándolos sobre mi pecho, la punta del marcador peleando con 
mis pezones. 

Vuelvo a interrumpir. 

—¿Cuándo me volteé de espalda? 

Pausas. 

Me miras. Tus ojos me dicen que si realmente no me acordaba, 
no me lo ibas a contar. 

—Ya me acordé, digo rápido para no molestarte más.

Es obvio que miento y me dices con la paciencia de alguien que 
tiene que explicar por tercera vez a un niño chiquito que 
sinceramente no entendió el ejemplo de las primeras dos veces.

—Cuando escribía sobre tus tobillos te cagaste de la risa y tuve 
que dejar de escribir hasta que recuperaras la seriedad. O al 
menos la calma. Cuando te volví a mirar, estabas acostada sobre 
tu espalda, brazos hacia las nubes. Como si intentaran alcanzar 
algo, en lo que estaba fijada tu mirada.

Sigues sobre mi pescuezo sin aceptar mi mirada de 
agradecimiento con tus ojos, como quería. Ahora dejo de mirar 
de nuevo. Siento como se derrama lo negro lentamente sobre la 
piel de mis cachetes. 

Me besa la punta del marcador, en letra chiquitita. 

Al verterse los contenidos sobre mis párpados, encubre todo lo 
que los otros han visto. 

En mi frente se tapa el pensamiento ajeno – pero aun no pierdo 
mi pensamiento. 

Es entonces que me doy cuenta de lo obvio: hiciste mi cara fuera 
de orden porque te cansaste de oír mi voz. Te cansaste de mis 
interrupciones. 

Aunque no puedo hacer nada al respecto, celebro que todavía 
tengo mis brazos alzados hacia lo que la mirada perdió. 

—Ya los puedes bajar. Así es, el izquierdo primero. Casi 
terminaron los otros del Benedetti. Ya está lista la tumba, y como 
te habrás dado cuenta, el veneno de los otros te está impactando 
ya. Linda manta negra. Buen final para buen escritor. Una pena 
que quisiste entregarle a los otros tu vida. Me parecían más 
interesantes las cosas que hacías tú. No te preocupes, tendrás 
un libro póstumo, escrito, como todos, por mi mano. Me despido 
ahora, que me toca tapar tus orejas, y dejar que los otros 
comiencen otros cuentos, más interesante que el tuyo.  

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