“Los Otros que invento hacen
y dicen
cosas que yo no
haría ni diría aunque fuera otro.”
–some professor misquotes mario
Te pedí que lo escribieras por toda mi piel, como masaje, como
terapia. Esa cita de Benedetti. Sí, ya sabes, la de los otros.
Necesitaba verlo, realmente verlo, para sentir y realmente creer
que podría ser mía también.
Me acuesto sobre la cama, boca abajo, en ropas menores. Te
paso el permanent marker con la seriedad y anticipación de
alguien que ensayará el diseño de su primer tatuaje.
Comienzas.
Se deslizan los otros, fríos sobre la piel de mi espalda caliente.
Cierro mis ojos y me concentro en la sensación de cada
movimiento del marcador sobre mis muslos, y de tus manos en
mis caderas, que cuidadosamente buscan el balance entre la piel
lisa de planta de pie cansado, y letra perfecta de autor con tanta
experiencia.
Con cada movimiento se borran, se tapan todos los inventos de
los otros, cada cosa que han hecho que yo no haría, aunque fuera
otro. U otra, da igual. Podría ser varias y varios de diversas
descripciones, pero jamás haría esas cosas que ahora encubres
sobre mis tobillos bajo la tinta negra de un marcador permanente;
bajo las letras ajenas tapas mis acciones ajenas. A mi abdomen
bajo no se le ocurriría una cosa así: encubres.
Sigues encubriendo entre mis pelos inocentes – que jamás
llamaría pendejos. Los otros quizás sí lo harían.
En mi ombligo, una inmensa O.
—¿Hace cuánto dejé de sentirlo?
—Ya va media hora en la que has seguido mis movimientos con
tus ojos, leyendo como si por primera vez lo que escribo, a la
misma vez mirando como si fuera a cometer un error. A éstas
alturas, no creo que vaya a pasar, me dices.
Y pausas mientras hablas, como si tuvieras miedo de enredar tus
palabras con las suyas. No sé si tus palabras tendrían el poder de
encubrir como las suyas. Parece que tú también dudas.
Ves que la respuesta me dejó satisfecha, y sigues con el trabajo,
tirándolos sobre mi pecho, la punta del marcador peleando con
mis pezones.
Vuelvo a interrumpir.
—¿Cuándo me volteé de espalda?
Pausas.
Me miras. Tus ojos me dicen que si realmente no me acordaba,
no me lo ibas a contar.
—Ya me acordé, digo rápido para no molestarte más.
Es obvio que miento y me dices con la paciencia de alguien que
tiene que explicar por tercera vez a un niño chiquito que
sinceramente no entendió el ejemplo de las primeras dos veces.
—Cuando escribía sobre tus tobillos te cagaste de la risa y tuve
que dejar de escribir hasta que recuperaras la seriedad. O al
menos la calma. Cuando te volví a mirar, estabas acostada sobre
tu espalda, brazos hacia las nubes. Como si intentaran alcanzar
algo, en lo que estaba fijada tu mirada.
Sigues sobre mi pescuezo sin aceptar mi mirada de
agradecimiento con tus ojos, como quería. Ahora dejo de mirar
de nuevo. Siento como se derrama lo negro lentamente sobre la
piel de mis cachetes.
Me besa la punta del marcador, en letra chiquitita.
Al verterse los contenidos sobre mis párpados, encubre todo lo
que los otros han visto.
En mi frente se tapa el pensamiento ajeno – pero aun no pierdo
mi pensamiento.
Es entonces que me doy cuenta de lo obvio: hiciste mi cara fuera
de orden porque te cansaste de oír mi voz. Te cansaste de mis
interrupciones.
Aunque no puedo hacer nada al respecto, celebro que todavía
tengo mis brazos alzados hacia lo que la mirada perdió.
—Ya los puedes bajar. Así es, el izquierdo primero. Casi
terminaron los otros del Benedetti. Ya está lista la tumba, y como
te habrás dado cuenta, el veneno de los otros te está impactando
ya. Linda manta negra. Buen final para buen escritor. Una pena
que quisiste entregarle a los otros tu vida. Me parecían más
interesantes las cosas que hacías tú. No te preocupes, tendrás
un libro póstumo, escrito, como todos, por mi mano. Me despido
ahora, que me toca tapar tus orejas, y dejar que los otros
comiencen otros cuentos, más interesante que el tuyo.